Wentchemna Pass
Lake Louise. Canadá. Agosto de 2007.
Después de un poco de mal tiempo, que no ayudaba a levantar nuestro maltrecho estado de ánimo, decidimos ponernos de nuevo en marcha. Esta vez el objetivo es alcanzar alguna de las cimas de los Ten Peaks. Vamos a la oficina del parque a solicitar los permisos. Uno de los requisitos es que se debe progresar en grupos de al menos cuatro personas, siempre juntos, siguiendo las precauciones habituales, manteniendo la comida lejos de las tiendas y comiendo también lejos de la tienda y del depósito de comida.
Buscamos un transporte hasta Lake Morraine, y comenzamos la aproximación. Es larga y vamos cargados, así que nos lo tomamos con calma. El recorrido invita, por el costado izquierdo del valle de los Ten Peaks, con espectaculares vistas a estos, destacando el Mount Fay y el Deltaform, con el Supercouloir en su cara norte. Por el camino, es difícil no observar ardillas, picas y marmotas en los alrededores del Lake Eiffel.
En cuatro horas llegamos a Wenkchemna Pass, collado donde acamparemos. Plantamos la tienda, y Tino y Xose se decantan por vivaquear. Cenamos algo, y decidimos la hora de salir. Ellos tienen en mente hacer el Deltaform (peak 8). Para ello hay que trepar al Neptuak (peak 9), bajar al collado y escalar algo de V para llegar a la cima del Deltafrom. A nosotros se nos hace duro, así que nos planteamos únicamente alcanzar la cima del Neptuak, 600 metros más arriba del collado donde estamos acampados. Por tanto, a ellos les tocará madrugar, y a nosotros no. Con esa idea nos acostamos.
Amanece. Y el viento sopla fuerte en el collado. Hace también un poco de frío, así que perreamos un poco. Bueno, perreo yo, y Montse se levanta a buscar el desayuno. De repente la oigo gritar algo. Antes de que me dé tiempo a reaccionar la veo entrar a la tienda, de cabeza, por el escaso palmo y medio que estaba abierta la cremallera, con las botas de montaña puestas.
-¡Hay un oso! ¡Muy grande! ¡Ahí! - está muy nerviosa.
-¿Dónde? - le pregunto, creyendo que el oso debe estar lejos, a media ladera.
-¡En la puerta! ¡Son tres! ¡Me han mirado! - sigue nerviosa.
Echo una ojeada por el agujero de ventilación de la tienda, y veo un oso, a unos diez o quince metros, caminando con calma. Un grizzly, sin ninguna duda. Es grande, nada que ver con los de la cordillera cantábrica. Y aún hay dos más, aunque no los veo. Qué mal rollo.
Esperamos un rato, confiando en la protección de una capa de nylon ripstop de una décima de milímetro de espesor. Es naranja fosforito, tal vez eso les espante. Cuando ya ha pasado un buen rato sacamos un brazo, con la cámara de fotos grabando vídeo a modo de periscopio. Parece que se han ido. Salimos fuera a ver. Ni rastro de los osos, que ya deben estar en otro valle. Han tocado el baggle del desayuno de Montse, pero no le han hecho mucho caso. También han pasado al lado del depósito de comida, pero no debían tener hambre. Es temporada de frutas del bosque, y no les debe faltar alimento. Menos mal.
Con todo, se nos acaban las ganas de estar ahí, y esperamos a que vuelvan los gallegos para abandonar el lugar. Con la tarea que tenían por delante, podía ser al anochecer, pero hacia el mediodía les vemos llegar. Cuentan que no han llegado ni al Neptuak, que se han embarcado en la trepada, y que para cuando han salido por arriba de un resalte se les había pasado el tiempo. Les contamos lo del oso, recogemos y nos marchamos.
Vamos a la casa del parque, en Lake Louise, a reportar el Grizzly encounter. Nos preguntan datos de los osos, si llevaba collar, cosas de esas. Les contamos que eran tres, madres y dos crías, todos de similar tamaño, pero que no les habíamos preguntado el nombre. Nos devuelven la pasta de la noche de más que habíamos pagado, y nos volvemos a Banff, a tomar chocolate caliente, que es lo único que se nos ha dado bien en este viaje.
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